jueves, 14 de febrero de 2008

Hotel RPH

Hotel RPH

Esa mañana me desperté muy temprano por culpa del ruido de la ducha, me acerqué al servicio y te encontré duchándote. Ese fue el primer aviso de que algo no iba bien, ya que estos días en los que nos encontrábamos en el hotel RPH siempre solías esperar a que despertara yo y ducharnos juntos para de esta manera darme los buenos días.
Cuando me desnudé para entrar en la ducha tú cerraste la mampara, yo recogí mi ropa y volví a la habitación en la que muy intrigado me preguntaba qué es lo que te sucedía, ya que salvo los primeros días de empezar con nuestros encuentros no habías tenido ningún problema.

En el momento en que tú saliste de la ducha y me dijiste que no podías parar de pensar en mamá supe que nuestros encuentros habían acabado para siempre.

Fui a ducharme, me vestí y bajamos al parking donde tenía aparcado el coche. El trayecto hasta tu casa fue muy tenso ya que ninguno de los dos pronunciamos palabra. Cuando llegamos, en vez de tu habitual despedida, tus palabras, “Adiós, papá”, fueron las más dolorosas que podías haber escogido para esa ocasión.

Yo arranqué el coche sin ni siquiera contestarte y fui directo a la floristería, como todos los días en que nos encontrábamos, compré una docena de claveles y me dirigí al cementerio.

Una vez allí pasee por entre las tumbas observando cómo la gente lloraba a sus seres queridos. Era un llanto sincero, triste, sin lágrimas de cocodrilo, todo lo contrario a lo que yo le ofrecía a tu difunta madre.

Dejé los claveles, recé un avemaría y le dije que todo iba bien en casa.

Cuando me alejé de allí tuve ganas de llamarte, no para pedirte que volviéramos a vernos en ese hotel, sino para decirte lo mucho que me recordabas a tu madre.

R.W